El que soy
Yo Soy el que
Soy. Desde siempre había pensado que así como soy, este que soy, así nací. Que fui
concebido y creado para ser como soy y que no pudo ser de ninguna otra forma.
Estaba
equivocado.
Oyendo a un
escritor hablar de su propio despertar, de su forja de si, me hizo pensar en
cuando fue la primera vez que me hice a mi.
Me decidí a
hacerlo estilo TEDTalk. Imaginarme a mí mismo frente a un auditorio que espera
que desnude el alma sobre este tema del ser.
Aquí va.
“Estamos
condicionados desde nuestra mera concepción a definirnos a nosotros mismos con
los cánones y los patrones de los demás. Esa es una regla fundamental de las
sociedades humanas.
Nos medimos,
comparamos y competimos siempre conforme a una serie de reglas y metas que no
hemos forjado nosotros mismos, sino que nos han sido impuestas y que hemos
aprendido a aceptar como propias aun cuando sean completamente ajenas a nuestra
psique.
Antes del
nacimiento se nos define como hombres o mujeres, viables o inviables, sanos o
enfermos, completos o incompletos, caucásicos, negros, indios, orientales. Se
nos asignan roles y géneros, oportunidades y conceptos.
Cuando nacemos
nos definen y empezamos a definirnos a nosotros mismos como niños, niñas, católicos,
judíos, ortodoxos, ateos, blancos, negros o amarillos. Como ricos o pobres,
inteligentes o estúpidos, atletas o enclenques y aprendemos a movernos siempre
en una corriente empujada por un sinfín de definiciones, de metas, de logros,
de fallos y de errores.
Es cuando empezamos
a definirnos a nosotros mismos en esos términos cuando el problema ajeno se
vuelve propio, cuando la facultad de distinguirnos deja de ser natural para
convertirse en social y cuando dejamos de ser los que somos para convertirnos en
el que debemos ser.
No, no empezare
una charla interminable sobre el deber ser.
Recuerdo la
primera vez que empecé a definirme a mí mismo. Estaba en primaria y recuerdo el
momento exacto en que me compare con los demás; no era atlético como mi compañero
el popular, el que era amigo de todos, bien recibido en todos los subgrupos de
la escuela. No tenia los ojos verdes ni el cabello rubio de el.
Y me definí como
feo. Le dije a mi yo de 6 años: eres feo y jamás podrás ser bonito.
No podía pegarle
a una pelota o correr cien metros en seis segundos. No podía jugar horas de
deporte como los demás. No era resistente ni fuerte. Y me encontré débil y me
califique: débil.
Leer se me
facilito, aprender, memorizar, entender. Leía con pasión horas y horas enteras,
tomo tras tomo y me compare con mis compañeros que solo leían cuando era
obligatorio y me encontré diferente y me califique: nerdo.
Mis compañeros de
clase empezaron a hablar de niñas y yo solo pensaba en mi primera infatuación (el
niño atlético y rubio deportista) y me encontré diferente y me definí:
desviado, raro, gay.
Y luche con toda
mi alma para no ser el raro, el delicado y fui definido y calificado por los demás.
Lo acepte sin miramientos y me convertí en uno más de mis torturadores. Me
desprecie con toda la rabia que un adolescente puede tener en sí.
Mire a mis compañeros
con sus cuerpos estándares y sus alturas estándares y me encontré grande y alto
y desgarbado, en un cuerpo que crecía todos los días de manera dolorosa y en
medio de las fiebres del crecimiento me califique y definí: gordo,
refrigerador, mastodonte, monstruo.
Llegue a la
secundaria con la crueldad rodeándome, alimentada por el torrente de hormonas
de todos y vi a mis compañeros, sus rituales de cortejo, sus rituales de aceptación,
su adaptación al mundo y la expresión de la identidad, su despiadado
descalificar para calificarse a sí mismos: yo estoy bien, tu estas mal. Yo soy
normal, tu no.
Pase a la
preparatoria con sus rituales iniciáticos de alcohol, tabaco, sexo. Vi como mis
amigos bebían a discreción y fumaban sin ella y me encontré desactualizado y me
califique: disonante, impopular, cobarde, anticuado.
En un mar de
situaciones, de crisis, de felicidad, he pasado 34 años calificándome, midiéndome
y comparándome con los demás, tratando de alcanzar metas cada vez más altas.
He sido
calificado constantemente. Es inevitable. Pero he aprendido, a través de tanto
tiempo, a calificarme y medirme a mí mismo con los estándares de los demás.
Pero la pregunta
siempre se ha mantenido latente. Quién soy?
La respuesta me
ha llegado con la edad y el tiempo. Soy el que soy y el que me he forjado. Soy el
resultado del que nací siendo pero también soy el resultado de los calificativos y definiciones de los demás.
Al aceptarlo, al
abrazarme y reunir mis piezas para que encajen, he forjado al que soy. No me pesa
haber sido etiquetado, porque ha sido a través de ese proceso que he llegado a
ser el que soy. Ha sido precisamente a través de las burlas, las sornas, las
descalificaciones, las metas fallidas y los logros incumplidos que he aprendido
a redefinirme a mí como redefino mi vida y mis acciones.
No niego el
sufrimiento. Lo recibo con los brazos abiertos porque es tan parte de mi como
las incontables alegrías que he encontrado a lo largo del camino.
He aprendido que
el resultado de mis acciones y pensamientos siempre es el correcto porque aun
cuando falle, me enseña a no volver por ese camino. He aprendido que en la
manera en que los otros me califican se descalifican a si mismos. He aprendido
que todo es un proceso eterno, complejo, maravilloso y perfecto en donde
venimos a ser quien somos y a hacernos los que seremos.
He aprendido que
Soy el que Soy, pero también el que Tu Eres.