miércoles, 14 de enero de 2015

El que soy

El que soy

Yo Soy el que Soy. Desde siempre había pensado que así como soy, este que soy, así nací. Que fui concebido y creado para ser como soy y que no pudo ser de ninguna otra forma.

Estaba equivocado.

Oyendo a un escritor hablar de su propio despertar, de su forja de si, me hizo pensar en cuando fue la primera vez que me hice a mi.

Me decidí a hacerlo estilo TEDTalk. Imaginarme a mí mismo frente a un auditorio que espera que desnude el alma sobre este tema del ser.
Aquí va.

“Estamos condicionados desde nuestra mera concepción a definirnos a nosotros mismos con los cánones y los patrones de los demás. Esa es una regla fundamental de las sociedades humanas.

Nos medimos, comparamos y competimos siempre conforme a una serie de reglas y metas que no hemos forjado nosotros mismos, sino que nos han sido impuestas y que hemos aprendido a aceptar como propias aun cuando sean completamente ajenas a nuestra psique.

Antes del nacimiento se nos define como hombres o mujeres, viables o inviables, sanos o enfermos, completos o incompletos, caucásicos, negros, indios, orientales. Se nos asignan roles y géneros, oportunidades y conceptos.
Cuando nacemos nos definen y empezamos a definirnos a nosotros mismos como niños, niñas, católicos, judíos, ortodoxos, ateos, blancos, negros o amarillos. Como ricos o pobres, inteligentes o estúpidos, atletas o enclenques y aprendemos a movernos siempre en una corriente empujada por un sinfín de definiciones, de metas, de logros, de fallos y de errores.

Es cuando empezamos a definirnos a nosotros mismos en esos términos cuando el problema ajeno se vuelve propio, cuando la facultad de distinguirnos deja de ser natural para convertirse en social y cuando dejamos de ser los que somos para convertirnos en el que debemos ser.

No, no empezare una charla interminable sobre el deber ser.

Recuerdo la primera vez que empecé a definirme a mí mismo. Estaba en primaria y recuerdo el momento exacto en que me compare con los demás; no era atlético como mi compañero el popular, el que era amigo de todos, bien recibido en todos los subgrupos de la escuela. No tenia los ojos verdes ni el cabello rubio de el.  

Y me definí como feo. Le dije a mi yo de 6 años: eres feo y jamás podrás ser bonito.

No podía pegarle a una pelota o correr cien metros en seis segundos. No podía jugar horas de deporte como los demás. No era resistente ni fuerte. Y me encontré débil y me califique: débil.

Leer se me facilito, aprender, memorizar, entender. Leía con pasión horas y horas enteras, tomo tras tomo y me compare con mis compañeros que solo leían cuando era obligatorio y me encontré diferente y me califique: nerdo.
Mis compañeros de clase empezaron a hablar de niñas y yo solo pensaba en mi primera infatuación (el niño atlético y rubio deportista) y me encontré diferente y me definí: desviado, raro, gay.

Y luche con toda mi alma para no ser el raro, el delicado y fui definido y calificado por los demás. Lo acepte sin miramientos y me convertí en uno más de mis torturadores. Me desprecie con toda la rabia que un adolescente puede tener en sí.

Mire a mis compañeros con sus cuerpos estándares y sus alturas estándares y me encontré grande y alto y desgarbado, en un cuerpo que crecía todos los días de manera dolorosa y en medio de las fiebres del crecimiento me califique y definí: gordo, refrigerador, mastodonte, monstruo.

Llegue a la secundaria con la crueldad rodeándome, alimentada por el torrente de hormonas de todos y vi a mis compañeros, sus rituales de cortejo, sus rituales de aceptación, su adaptación al mundo y la expresión de la identidad, su despiadado descalificar para calificarse a sí mismos: yo estoy bien, tu estas mal. Yo soy normal, tu no.

Pase a la preparatoria con sus rituales iniciáticos de alcohol, tabaco, sexo. Vi como mis amigos bebían a discreción y fumaban sin ella y me encontré desactualizado y me califique: disonante, impopular, cobarde, anticuado.
En un mar de situaciones, de crisis, de felicidad, he pasado 34 años calificándome, midiéndome y comparándome con los demás, tratando de alcanzar metas cada vez más altas.

He sido calificado constantemente. Es inevitable. Pero he aprendido, a través de tanto tiempo, a calificarme y medirme a mí mismo con los estándares de los demás.

Pero la pregunta siempre se ha mantenido latente. Quién soy?

La respuesta me ha llegado con la edad y el tiempo. Soy el que soy y el que me he forjado. Soy el resultado del que nací siendo pero también soy el resultado de los calificativos y definiciones de los demás.

Al aceptarlo, al abrazarme y reunir mis piezas para que encajen, he forjado al que soy. No me pesa haber sido etiquetado, porque ha sido a través de ese proceso que he llegado a ser el que soy. Ha sido precisamente a través de las burlas, las sornas, las descalificaciones, las metas fallidas y los logros incumplidos que he aprendido a redefinirme a mí como redefino mi vida y mis acciones.

No niego el sufrimiento. Lo recibo con los brazos abiertos porque es tan parte de mi como las incontables alegrías que he encontrado a lo largo del camino.

He aprendido que el resultado de mis acciones y pensamientos siempre es el correcto porque aun cuando falle, me enseña a no volver por ese camino. He aprendido que en la manera en que los otros me califican se descalifican a si mismos. He aprendido que todo es un proceso eterno, complejo, maravilloso y perfecto en donde venimos a ser quien somos y a hacernos los que seremos.


He aprendido que Soy el que Soy, pero también el que Tu Eres.